Ella era dicharachera, alocada, amiga de las verbenas, trabajadora y sin tiempo para el amor. Él, por su parte, era gentil, cauto, observador, con los pies en la tierra y todo cuanto podía amar era el campo. No tenían nada en común…, nada salvo esa primera noche en Cáceres en que sus caminos se cruzaron.

Miradas trepidantes y disimuladas, muecas de conquista y nerviosismo, conversaciones airadas que no iban al grano, risas complacientes, interés maquillado, y todo el recetario de los ingredientes para la conquista.

Y llegó el día. El día en que articulan más de una frase con sentido. El día en que sus ojos se encuentran y no se apartan. El día en que uno se refugia en los brazos del otro. El día en que los labios se funden. El día en que los corazones galopan al mismo ritmo. El día en que ya no son dos, sino tres. El día en que las almas de Elizabeth y Borja se fusionan ante un altar.

¿Nos acompañas?